"El sueño eterno" (1939)

Raymond Chandler (1888-1959)

            Título clásico de la "novela negra" estadounidense que hay que leer -o releer-, sin dejar de revisar, a continuación, el film homónimo de Howard Hawks (1946), con la inolvidable Lauren Bacall (Vivian) y el carismático Humphrey Bogart, que dotaría de su impronta, para siempre, la imagen del detective privado Philip Marlowe.

            
               Raymond Chandler, autor de relatos como "El sueño eterno"(1939), "Adiós, muñeca" (1940) o "El largo adiós" (1945), es considerado, con su admirado predecesor Dashiell Hammett ("El halcón maltés" (1930), "Cosecha roja (1929)...), el gran renovador de la narrativa policiaca de inspiración realista y acción violenta (thriller story), denominada "novela negra", cuyo correlato más fiel estará en el "cine negro", al que sirvió no solo de soporte literario, sino también de fuente de inspiración y cantera de guionistas.
            Dashiell Hammett y Raymond Chandler asentarían las bases del género de detective "hard-boiled" y lo elevarían a la categoría de Literatura con mayúsculas, sin menoscabo de sus inicios y difusión en medios populares ("pulp magazines"), como la revista de relatos policiales "Blak mask", a la que ambos autores aparecen vinculados.


 











                                                                                                            

"El sueño eterno" y la novela negra.

            Son las páginas de "El sueño eterno", máximo exponente de la "novela negra", un muestrario modélico de sus marcas identificadoras. Destacaremos, por su notoria relevancia, la visión crítica y testimonial de la realidad.
            Situada la intriga en el marco geográfico de la  populosa ciudad de Los Angeles, "jungla de asfalto", en un contexto agresivo y hostil, dominado por la violencia ("el simple arte de matar" titularía su ensayo sobre el género el propio Chandler), la amoralidad y la corrupción -chantajes, asesinatos, juego, pornografía, prostitución...-, la obra se erige en crónica de una sociedad donde los poderosos, amparados por el dinero y su cohorte de peones, habitan en mansiones de lujo (el general Sternwood y sus atribuladas hijas: < El recibidor del chalet de los Sternwood tenía dos pisos. Encima de las puertas de entrada, capaz de permitir el paso de un rebaño de elefantes indios, había un vitral en el que figuraba un caballero con armadura antigua...>) o regentan, impunes, negocios lucrativos, como Eddie Mars, propietario del "Cypress": <Le conozco, señor Mars. El Cypress Club en Las Olindas. Juego de categoría para gente de categoría. La policía municipal en su bolsillo y un cable bien engrasado en Los Ángeles. En otras palabras: protección...> Mientras, los desposeídos, vulnerables y desprotegidos, intentan medrar, y sobrevivir, recurriendo a la tramposa picaresca ( la estafadora Agnes, el jugador Joe Brody, Harry Jones....) que los conduce a la ilegalidad y al delito, cuando no a la muerte.
            Y para mostrar esta parcela de la realidad, la escritura se apoya en técnicas y recursos próximos al cine o procedentes del behaviorismo conductista: detallistas descripciones, dinamismo narrativo, diálogos tensos y vibrantes... nos descubren, con eficaz verismo, escenarios y tipos, acciones y hábitos, gestos, comportamientos y actitudes... radiografía de un mundo en descomposición.
            A su autor, Raymond Chandler, debemos, además, su personal estilo de composición cuidadosamente elaborada, muy literario, en el que se fusionan: el diseño estructural en capítulos breves, el tono irónico e incisivo, el rigor y la precisión lingüística del objetivismo narrativo -y del periodismo-, enriquecidos con chispazos líricos e imágenes clarificadoras. <No había nadie: ningún coche en la calle, a excepción del mío, que estaba donde lo dejé y tenía un aspecto tan melancólico como un perro perdido... puse el coche en marcha y me fui a mi casa en busca de una buena ducha, ropa seca y una cena a deshora>.
<Afuera los jardines tenían un aire embrujado, como si pequeños ojos salvajes me estuvieran vigilando desde más allá de los arbustos, como si el mismo sol tuviera algo misterioso en su luz.> Y sobre todo, la extraordinaria creación del investigador privado más acabado y ejemplar de la "novela negra", Philip Marlowe, que aparece, por primera vez, en "El sueño eterno" y alcanzará su perfil definitivo en "El largo adiós". Solitario e individualista, discreto y eficaz, fumador y bebedor compulsivo de whisky, seductor, romántico y duro al mismo tiempo, misógino... vive y tiene su despacho en Los Ángeles. <Saqué de él mi botella de whisky y me tragué la mitad de lo que quedaba. Me metí en el coche y encendí un cigarrillo. Fumé la mitad y lo tiré>. Moralista e íntegro, apasionado por el descubrimiento de la verdad, aun disintiendo de sus clientes, y acostumbrado a "meterse en líos", se enfrentará a la corrupción y a la injusticia -inmune a los obstáculos y "golpes"- defendiendo, siempre, su independencia y su particular código del honor.  <Muchos hombres mueren prácticamente por nada. La primera vez que la vi le dije que era un detective. Métase eso en su linda cabecita. Trabajo en eso, no juego a eso>. Como narrador-testigo de los acontecimientos, y supuesto alter ego del novelista, su voz impregnará el relato de su visión del mundo desencantada y escéptica, que enmascara con el cinismo y su lúcido e inteligente sentido del humor. <Regresé al despacho, me senté en la silla giratoria y traté de recuperar todo el retraso acumulado en materia de balanceo de pies. Por la ventana entraban ráfagas de viento;... Estaba pensando en irme a almorzar y en que la vida tenía pocos alicientes y en que probablemente no mejoraría si me tomaba un whisky  y en que tomar un whisky completamente solo a esa hora del día no sería divertido...>
<¿Qué importaba dónde uno yaciera una vez muerto? ¿En un sucio sumidero o en una torre de mármol en lo alto de una colina? Muerto, uno dormía el sueño eterno y esas cosas no importaban. Petróleo y agua eran lo mismo que aire y viento. Dormías el sueño eterno, y no importaba la suciedad donde  hubieras muerto o donde cayeras. Yo mismo era parte de esos desechos. Pero el anciano no tenía que serlo. Podía yacer tranquilo en su cama con dosel, con sus manos cruzadas encima de la sábana, esperando. Su corazón era un breve e inseguro murmullo. Sus pensamientos eran tan grises como la ceniza. Y dentro de poco él también, como Rusty Regan, estaría durmiendo el sueño eterno.>

Charo López

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